sábado, 16 de enero de 2016

DE REBAJAS EN LA ESQUINA


Llevo tiempo sin publicar y me hubiera gustado hacerlo con un poema, una historieta o algo simpático o anecdótico, sin embargo, las circunstancias me llevan a hablar de algo menos jocoso,  aunque no por ello menos sustancial. Se trata de un hecho, una instantánea de lo que acabo de ver en mi propia calle:
Vuelvo de camino a casa cuando veo una imagen que me llama la atención. Un hombre (de más o menos mi edad) y sus dos hijos (niño y niña rondando los diez años), se encuentran rebuscando en los contenedores de la basura. Esto no es nada nuevo, lo veo todos los días, a veces familias enteras, y nunca me inmunizo, no deja de hacerme mella.
 Pero me llama la atención el hecho de que no parezcan tristes, al contrario, están exultantes. Al parecer acaban de encontrar varias bolsas de ropa que se corresponde con sus tallas (las de los niños). La pequeña da saltos de alegría agitando un par de botas color rosa en sus manos, como si llevara un trofeo. Yo aminoro el paso para observar  la escena con más detenimiento. No parecen los típicos que revuelven la basura a diario, esos que siempre se ven mustios, como con vergüenza, llevan una pátina de melancolía en los ojos. A veces se paran y disimulan cuando detectan que alguien se acerca, como si estuvieran en otra cosa. Pero las tres personas que tengo frente a mí se comportan como si les hubiese tocado la lotería, se colocan las prendas sobre el cuerpo para comprobar el tamaño como si estuviesen en las rebajas, solo que con menos luz y menos gente. Deduzco que van haciendo una suerte de ruta porque llevan mochilas y van metiendo en ellas lo que encuentran. El chico también parece haber encontrado algo de su gusto, ropa deportiva según creo.

Yo sigo caminando y empiezo a alejarme, la oscuridad no me ha permitido verlo bien y mi oído cascado tampoco ayuda, tan solo acierto a entender “…mira papá, mira…” o algo así.
Como digo, nada nuevo. Son muchas las familias que hacen

una vida aparentemente normal (de apariencia económica) y luego acuden al comedor social, a Cáritas y a otros puntos de ayuda social. El riesgo de exclusión se hace cada vez más cotidiano, se acepta, con resignación, pero se acepta.  Y yo no me conformo, mi Peter Pan, inocente e idealista me patea desde dentro, me dice que el ser humano puede hacer más, que no me acostumbre, y está claro que nunca me lo va a permitir.

Para colmo, cuando ya me voy alejando, la chica saca un móvil y se hace selfies  con su nueva adquisición, y con su hermano y sus tesoros. Lo veo perfectamente porque usa flash.

Otra patada más desde dentro.

—Lo sé Peter, mierda de mundo este donde es más fácil tener un móvil que vestirse o tener para comer.

Que fácil sería juzgarlos a la ligera, que fácil lo de “menos
móviles y que lo guarden para comida”. Lo he oído muchas veces… sobre todo con los que fuman “pues que dejen de fumar y que le compren ropa a sus hijos”.  Conste que ya no fumo pero ¿cómo dejarlo cuando todo se derrumba y tan sólo te queda un cigarro entre tus dedos?  Si ya es difícil dejarlo de normal...
¿Y el móvil? acaba la permanencia y ahí está, gratis, nuevecito, y con un descuento en la cuota. Siempre es mejor que irse ¿alguien ha probado a darse de baja de una compañía? Y a los niños les hace tanta ilusión… “es gratis”, nunca es gratis. Es tan fácil…
Es muy fácil prejuzgar, pero yo les veo de cerca, desde el filo. Desde el filo del filo, y acercándome a la misma velocidad con que se va acabando mi subsidio. Con la empatía y comprensión que eso crea...
Y mientras tanto, ya se alejan con su alegría y con su padre, que hace las veces del protagonista de “La Vida es Bella”. Y yo les veo marchar, masticando la tierra de mis pensamientos.

Me pregunto si no hacen falta en este mundo más dotados de empatía en vez tanto experto en economía.



—¿Contento Peter?