Ayer me levanté, y cuando me levanté… la vida pasó ante mí
en cinemascope. Y me dije “ya está, a tomar por culo la bicicleta”. Vi un
resplandor al fondo e inmediatamente imaginé el túnel, los angelitos y la música
de los Simpsons. Pero no, no había llegado mi hora, era la luz del móvil, que
me avisaba de que tenía no menos de veinte notificaciones de Facebook. Cuando
las abrí, comprendí el mensaje de mi subconsciente, no lo podía creer.
¿YA? ¿OTRA VEZ? ¡NOOO! ¡41!
¡Era mi cumpleaños!
Por suerte, superé la crisis de los cuarenta el año anterior
(que sólo me duró un día) y ya no había nada que analizar ni repasar, tan sólo
digerir un año más.
Agradecido, contesté a las primeras felicitaciones. Y
después las siguientes. Y ya que contestaba a los primeros ¿por qué no a los
demás? Ya había caído en la trampa de todos los años. Con lo bien que queda un “gracias
a todos” al final del día. Pero yo no puedo evitar contestar uno a uno. Oye ¡Y
que no parezca automático!
A las diez de la noche empieza a ser preocupante, pero ¡qué
leches! en el fondo hay cierto regocijo en eso de que se acuerden de uno ¿no?
El día transcurrió muy bien; las llamadas, los mensajes,
algún regalo, y lo mejor… una cervecita con mi amor, los dos solos (ahí no
contesté a nadie). No hubo celebraciones, aunque sospecho algo para el finde,
pero no digo nada para no estropear la sorpresa (nota: ensayar mi famosa cara
de sorprendido).
En fin ¿y a qué viene todo esto? Siempre me voy por las
ramas.
¡Ah sí! Pues eso, que ayer fue mi cumpleaños, me felicitó
mogollón de gente y tenía que presumir un poquito. Y ya de paso, por si se me
olvida alguien, daros las GRACIAS A
TODOS por acordaros de este cuarentón que se complace cada año con este bañito de
cariño.